Loable, muy
loable defender los valores de la tierra en la que se nace: costumbres,
tradiciones, idioma, etc, etc, etc…, que le dan su identidad diferenciándolo de otros. Sobre todo el idioma, de los que
España atesora un amplio catálogo.
Gallego, Vascuence, Catalán, formas de comunicación que en
otros tiempos recibieron la denominación de dialectos, lo cual cabreaba mucho.
Estos tres eran y son los más conocidos en este país, hay otros más humildes,
de menor beligerancia, como el Bable, A Fala, el Castúo, el Andaluz… ¿Este no?
Pues… no sé. Yo les he oído hablar y
dicen cosas como: “Ojú quillo que caló” y he podido leer un anuncio, supongo
que era un anuncio, que decía: “A ká pa kalá”. Me sonó a Griego, pero no lo
era. ¡En fin! Dejémoslo a un lado.
Idiomas, dialectos, que no sirven para unir a los españoles,
mejor todo lo contrario, ejemplos tenemos, y actuales. Aquí no existe la
tendencia global de usar un único idioma. Aquí vive el anacronismo en estado
puro, si es que no nació. En lugar de luchar por que ese lengua universal fuera
el Español, dejamos que se imponga el Inglés.
Temo que todas estas rencillas idiomáticas, puedan acabar
como terminó una de las construcciones más conocidas del mundo antiguo. Aquella
mega construcción en la ciudad de Babel, la que quiso ser la torre más alta del
mundo y que se fue al traste porque los obreros no se entendían. Según se
cuenta, Dios confundió las lenguas y así nacieron los diferentes idiomas que se
hablan en la Tierra. Eso es lo que se cuenta como ya digo, pero lo cierto fue
muy diferente, aunque con el mismo resultado catastrófico. Idiomas, dialectos,
lenguajes gremiales, de signos… ya existían antes de la construcción, fue
debido al comienzo de este enorme proyecto y a que no existía crisis en el
sector de la construcción ni paro e hizo falta mucha mano de obra, así que no
hubo más solución al problema que importarla hasta de los lugares más remotos.
A Babilonia llegaron miles de obreros de los sitios más dispares,
cada cual chapurreando del modo que había aprendido de sus padres, entre los
que se encontraría algún que otro tartamudo, gangoso, con desviación del
tabique nasal, hasta con insuficiencia respiratoria y frenillo en la lengua
–razones por las que los idiomas poseen diferentes tonalidades–. O sea que allí
no se enteraba ni Dios y sin haber traductores ni existir escuelas de idiomas,
junto que en las mezclas de la piedra con el barro alguien “metía la mano”,
aquello fue un caos.
Regresando al presente y su fría realidad. El Catalán, que
es el mismo que el Valenciano, quiere ser el único idioma oficial de Cataluña,
por encima del Español, tal como el President de la Generalitat, Artur Mas,
quiere estarlo del Presidente de la Nación. La reivindicación ya está llegando
a exasperar y asaltar los ánimos, con el sistema de propaganda y la exhibición
continua de su otra señal de identidad: la bandera, que originariamente es de
Aragón. Enseña que es usada continuamente de modo publicitario.
No puede ocurrir lo mismo en Extremadura, poco apegada a su
bandera, que fue inventada no hace demasiado tiempo, entre otros por el ausente
Martín Rodríguez Contreras. Martín, jamás contestó a mi pregunta de si habían
sacado esa combinación de colores, propios del mundo mahometano, de las
tonalidades de los equipos de fútbol de las dos capitales extremeñas, verde y
blanco del Cacereño y blanco y negro del Badajoz.
Julián Mogedano |
Así que solo le queda el
dialecto: el Castúo, que Luis Chamizo –Guareña (Badajoz) 1894, Madrid 1945 – llamó
así por castizo, la forma castiza de hablar de un grupo muy definido de
población de una zona de la provincia de Badajoz, igual que hiciera Gabriel y
Galán –Frades de la Sierra (Salamanca) 1870 , Guijo de Granadilla (Cáceres)
1905 – en el norte de Cáceres. Palabras con las que compusieron los versos de
una poesía costumbrista y altamente dramática, que declamadas adquieren una fuerza inusitada, que llegan a
sorprende a quien las escucha. En esto es donde reside la importancia que tiene
el Castúo. Fuerza que con devoción comunicaba el que fuera locutor de la SER y
premio Ondas, Julián Mogedano y en la
actualidad Javier Feijóo – Badajoz 1960–, que no sólo recita a los dos poetas
del Castúo y los interpreta como actor de la compañía Espantaperros Teatro, pues
él también compone con esas palabras y es un gran defensor de ellas.
Ya dije que todo, incluida la defensa y la difusión de estos
modos lingüísticos, me parece bien siempre dentro de un orden, del orden
natural de la importancia de cada idioma.
Está bien que se publicite lo Extremeño, como está haciendo
una empresa de un pueblo de Extremadura, que comercializa una camiseta, que en
su delantera luce xerografiada la celebre: “jacha, jigo, jigüera”. Una de las
diferencias que posee el Castúo con el Castellano, el cambio de la H por la J.
No es que el diseño sea algo excepcional, ni las palabras
originales, pero podía exhibirse, incluso con orgullo, a no ser por la frase final, algo que logró
lacerar casi físicamente mis ojos: “Soy extremeñ@˝.
¡Una arroba!
Javier Feijóo |
¿Qué diablos pinta ahí una arroba, que es lo que quiere
significar? ¿A caso es una cuenta de correo, pendiente de contratar un servidor?
¿Indica la cantidad de extremeño que se es? ¿O por demostrar que el Castúo es
una lengua viva?
Pienso que no debe ser por el uso, que en informática se le
dio al antiguo símbolo de la medida, ante la necesidad de dotar de un símbolo,
que no estuviera en uso, para distinguir las cuentas de los correos
electrónicos.
Presiento el uso concreto, en el caso que nos ocupa, es el
de emplearlo para indicar O ú A. Si es de esta forma, han perpetrado una
equivocación garrafal, que seguramente viene de la mismas fuentes que el “compañeros
compañeras”, el “lenguaje político”, otro lenguaje más. Ahora recuerdo que mi
abuela materna, sabía hablar con la “P”, que no era otra cosa que cambiar todas
las consonantes por esa letra.
Si la intención fue la de ahorrase una de las dos tiradas,
que tenían que hacer, caso de poner: “extremeña” “extremeño”, lo que han
logrado es chapucero, un error imperdonable, que evitará que más de uno no se
la quiera poner. Claro, también puede ser que se tenga que leer como es, pero
lo que sale tiene su miajón:
“extremeñarroba”. ¿Muy fuerte no?
Mejor podía haberles quedado, en vez de la anacrónica arroba una herradura, que igual
vale para el casco derecho que para el izquierdo, para mulo o mula y es más
propia en el conjunto del diseño: Jacha, jigo, jigüera, jerradura.
Y ya puestos podía hacerse, para los extremeños que viven en
Cataluña que no son pocos, unos pantalones cortos, a juego con las camisetas,
que en su parte trasera se pueda ver una gran butifarra y una leyenda que diga:
“¿Butifarra? También Ibérica”.
Esta idea, sin más sentido que el que tiene y no el que las
mentes malignas le quieran dar, a causa de la ubicación de la butifarra, la
regalo a los diseñadores de la camiseta,
Pero que se acuerden que una “arroba”, pese a su diseño: una
“a” minúscula circundada totalmente por su enorme rabo, no es un símbolo
hermafrodita.
No demos cozes.
¡Mu güeno!
ResponderEliminarJuerte abrazo.
O sea: @ vas y lo cascas, al pelo el articulo Juan Antonio
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