Horror
CANDIRÚ, EL VAMPIRO.
Cuentos Cotidianos IX
La prensa no lo ha dicho, quizás para evitar la alarma
social, aunque la verdad es que me extraña mucho, más como están las cosas. Hay
que vender, evitar perder lectores, audiencia… Lo más probable es que ni se
hayan enterado. Este tipo de cuestiones los gobiernos suelen silenciarlas
férreamente. Dicen que por evitar el caos, pero para mi que es por ponerse
ellos a salvo antes que nadie, sin complicaciones.
Pero no se preocupe. ¡No! Se lo diré cómo tiene que hacerse,
diciéndole la verdad: preocúpese y mucho. No queramos suavizar la gravedad de
los acontecimientos. Le contaré, para que se ponga en alerta, todo lo que sé de
este terrible asunto, que ha comenzado hace ya treinta y tres días, cuando se
descubrió, el que se supone que fue, el primer caso de los más de setecientos
que se conocen y silencian hasta la fecha.
El infierno por el que tuvo
que pasar la familia R.D., casi con toda seguridad, comenzó el 31 de Agosto,
festividad de San Aidano de Lindisfarne, durante la pequeña fiesta de celebración de la
onomástica del padre de la protagonista de esta crónica, Aidano D.P..
Marta D.H., según el testimonio del único superviviente a los
hechos, el hijo menor Federico Aidano R.D., comenzó a notar que del frigorífico
le faltaban, al poco de comprarlos, todos los embutidos: chorizo, mortadela,
jamón…
Hizo sus indagaciones, pero no halló a ningún culpable entre
los miembros de la familia: su marido y sus dos hijos.
Ellos, no poseían ni gatos ni perros, que bien podrían haber
sido los causantes de la desapariciones. Solamente tenían un solitario pez de
no más de seis centímetros, que tristemente vivía en una pequeña pecera
esférica.
El pez, con un aspecto asqueroso, lo trajo un amigo del hijo
mayor, desde el Amazonas.
Jonatan R.D., que es como se llamaba el primogénito, hacia
gala de un gusto muy marcado por lo “Gótico”, iconografía y modo de vestir
incluidos, posiblemente por esto su amigo le regaló ese pez, conocido por “Pez
Vampiro”.
Lo que desconocían ambos, es que el asqueroso bicho, al que
lo llaman de diferentes maneras: Canero, Carnero, Urethra fish o Penis fhis,
era un Candirú. Un parasito en toda regla, no sólo de otras especies acuáticas,
también de seres humanos. Muchas han sido sus víctimas, que tras bañarse o
vadear algún río amazónico salieron con un candirú aposentado en la uretra, el
ano o la vagina. Lo cual demuestra la “mala leche” del espécimen, que tras
violar y acomodarse en esos lugares tan delicados de nuestro cuerpo, despliega
sus espinosas aletas y se ancla de tal forma que es necesario la cirugía,
mediante una extracción denominada “Cistotomía Suprapúbica”, para desalojarlo.
De todos modos y pese a ser un parásito que se alimenta de
la sangre de sus víctimas y según historias las devora poco a poco desde
dentro, nadie se imaginaba a aquel “fideo” saliendo de la pecera, abriendo la
puerta del refrigerador y comiéndose una salchicha de Frankfurt.
No había culpable, todo un misterio para doña Marta D.H.,
mayor cuando las desapariciones fueron a más, si bien dejaron de desaparecer
los pequeños embutidos, comenzaron a faltar los filetes de ternera, la carne
picada, solomillos, en resumen: la carne cruda. Tampoco le fue posible
encontrar al causante de las sustracciones.
Una noche, la despertaron los truenos de una fuerte
tormenta. Los relámpagos iluminaban el dormitorio, a través de las rendijas de
la persiana.
Marta D.H., entre trueno y trueno, creyó oír un extraño
ruido, que provenía de la cocina. Palpó la cama a su lado derecho, buscando el cuerpo de su marido. No lo
encontró, su lugar estaba vacío y frío. Un incómodo escalofrío recorrió todo su
cuerpo.
Con cautela abandonó el lecho y, haciendo acopio de todo su
valor, se dirigió a la cocina, con la única iluminación que le proporcionaban
los relámpagos. Allí, seguramente
podría despejar la incógnita de las extrañas desapariciones y encontrar al
culpable.
Intentando no hacer ni el más mínimo sonido, miró por el
resquicio que dejaba la puerta entreabierta, sólo pudo vislumbrar y gracias a
una luz tenue, que intuyo era la del frigorífico, la pecera y un poco más a la
izquierda el comienzo de la encimera…
Como si una vara le diera fuertemente en el rostro, se dio cuenta: ¡La pecera!
¡vacía! ¡El asqueroso pez no se encontraba en ella! Un relámpago, al que de
inmediato siguió un fuerte y prolongado trueno, se lo confirmó iluminando la
pecera.
Empujó para intentar ver un poco más. Efectivamente, como lo
había temido la puerta del electrodoméstico estaba abierta, formando un ángulo
de 90 grados, que le impedía ver que era lo que producía aquellos ruidos.
Sonidos que se asemejaban a los que suelen emitir las bestias cuando devoran a
sus presas.
Le era imposible imaginar a su esposo, haciendo semejante
guarrería, pero…
Si su marido no era… ¿Quién provocaba aquellos ruidos?
¡El pez! Inmediatamente un agudo y frío temor se clavó en su
cerebro, que la llevó a un estado cercano al pánico. Si el autor de los
acontecimientos no era su marido, ¿dónde se encontraba? ¿Qué clase de extraño
ser era el pez?
Ya había advertido, la primera vez que lo vio, que era algo
desagradable, exento de toda gracia. Su cabeza le pareció más de un alienígena
que la de un pez.
No se sentía bien, mientras cocinaba, con aquella criatura
mirándola. Sí, porque tenía la completa seguridad que aquél bicho la miraba,
continuamente.
Otras veces no lo veía en la pecera, quizás por algún fallo
del cristal, ó habría saltado como había observado que hacían otros peces. Esto
último la alegraba, si saltó y cayó al suelo, seguro que moriría. Pero no, al
rato volvía a mirar y allí estaba, mirándola fijamente. ¿Sería un bicho
anfibio?
Un nuevo sonido la sacó de sus evocaciones y la situó de
nuevo en aquél indeseado presente.
Como mejor pudo, penetró en la cocina por el estrecho hueco,
no quiso abrir más. Lentamente rodeo la puerta del refrigerador hasta encararse
a él. Amagó un grito e instintivamente colocó sus manos delante de la boca.
No podía definir aquella silueta amorfa, que a contraluz le
dejaba ver la luz interior del electrodoméstico. Podía ser el candirú, pero era
demasiado grande. ¿Podía cambiar de tamaño? Y su marido ¿dónde estaba?
La silueta se movió y creció hacia arriba formando el
contorno, ahora bien definido de un hombre, que lentamente comenzó a girarse
hacia ella.
En esta ocasión no pudo evitarlo y un grito de pánico
abandonó su garganta. Lo que estaba viendo la aterró, era imposible y
asqueroso. Dio dos pasos hacia atrás, intentado evitar el vómito. Aquella
escena le hizo creer que estaba soñando, que continuaba dormida. Más que
creerlo lo deseó.
Pero no era así, aquel momento era cierto, Paco Luis R.V.,
su marido, se encontraba frente a ella devorando un hígado de cerdo crudo.
Paco Luis R.V., al verla, depositó parsimoniosamente lo que
quedaba de la víscera en el frigorífico; instante que aprovechó Marta para
correr hacia donde se encontraba el interruptor de la luz y la encendió. La
claridad le mostró el rostro de su esposo, desagradablemente manchado de sangre,
que dibujó una sonrisa maligna.
–Ya lo sabes. Se acabó el misterio. Soy yo el que se come
las cosas. –dijo mientras se acercó a ella –Estaban todas tan frías, incluso el
inmundo pez, que al decir verdad no me lo comí, se suicido, pues se me escapó de
la mano y se tiró como loco dentro de mi garganta.
Ella no dijo nada, no podía hacerlo, las repetidas nauseas
se lo impedían. Él colocó su sucia mano en el cuello de Marta D.H.
–Estaban tan fríos… En cambio tú…
La tormenta se encontraba en su apogeo sobre el barrio, solo
se escucharon sus truenos.
Federico Aidano R.D., el hijo menor, como recordará, y
superviviente, me completó la narración.
Su hermano se despertó y fue hasta la cocina, donde vio a su
madre descuartizada, a su progenitor devorándola y tras darse cuenta que su pez
no estaba en la pecera e intuir que su padre había hecho con él lo mismo que
hacía con su madre, lo recriminó duramente y empleó varios “tacos”. Su
progenitor, muy cabreado por la falta de respeto y el léxico que empleó, saltó sobre
Jonatan R.D., que terminó como su pobre madre.
Todo parece indicar, que este, al igual que otros casos
detectados, son causa de un virus, aún sin determinar. Los síntomas, siempre
los mismos con pocas variantes, comienzan a los seis días de penetrar en el
organismo humano, haciéndose más graves y peligrosos entre catorce y dieciséis
días. Los científicos temen que mute y pueda transmitirse a través de la saliva
y otros fluidos corporales.
Hasta el momento se han detectado ejemplares del “Zombi
Muntaner Bofarull”, que así lo han llamado sus descubridores, en el contenido
de ciertas botellas de productos vinícolas con burbujas, procedentes de una
determinada región, que sin saber bien el por qué, la gente suele consumir en
las fiestas.
Cirilo C., amigo mío, ha leído furtivamente, por encima de
mi hombro en la pantalla del ordenador, lo que acabo de escribir y me pregunta:
¿Cómo te puedes creer una cosa así?
No le hago caso y para evitar discutir inútilmente, cambio
de tema con otra pregunta: ¿Qué tal estaba la rubia, que te “ligastes” esta
tarde?
Hurgándose entre los dientes con un palillo, me responde:
Buena…, aunque con un poco de sal…
Feliz?
Halloween
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