V I A J E S I
LISBOA Y SUS COSIÑAS
Suelo ir bastantes veces al cabo del año a Lisboa, no voy a
decirle que me encanta, el encanto que posee ni la manera de ser del lisboeta,
ni del Barrio Alto ni de Alfama, tampoco de la línea del eléctrico 28, como no
lo haré del Fado. Hay muchos que ya lo hicieron y con toda seguridad, repetiría
la larga lista de tópicos que sobre la capital portuguesa se hacen. Sin
embargo, no me desagradaría de hacerlo sobre la Feria de Ladra, El Mercado de
la ladrona, que era –dícen– donde se vendía todo lo que en Lisboa se robaba.
Menudencias, confites si los “robadores” de moda tuvieran que montar su
particular “Rastro”. ¿Qué coliseum, ciudad, país, incluso continente tendrían
que usar para exponer sus robos?
En esta ocasión, aproveche el viaje para tomar el sol en
Estoríl y darme una vuelta por Cascaís. Ciudades caras pese a la “Crisis”, será
por vicio digo yo. Esta zona siempre fue feudo de los “ricachones”, tanto de
España como de Portugal, que componen un gran número, bueno… algún fantasma también
habrá. En una ocasión observé una fotografía de los soportales, que flanquean
el comienzo de los jardines del casino, fechada en 1929, de aquella Estoríl era
el casino, los soportales y cuatro casas. Bajo el arco que forma uno de los
soportales, ya de aquella, se agrupaban apiñados un gran número de personas. La
fotografía me recorda a esos restaurantes, ó comederos que abundan en este
país, repletos de mesas de cincuenta centímetros, en los que comes acompañado
lo quieras o no, en los que tienes que aguantar la mirada asesina del comensal
de la mesa del al lado, porque le propinaste un codazo, por culpa de la dureza
del filete de porco. No exagero, hasta para llenar el vaso de agua tiene que
pedir permiso o perdón. Luego la cuenta no va para nada en consonancia con el
mobiliario liliputiense.
En Cascais me entretuve viendo escaparates, mientras
caminaba sin prisas hacia “La Bodeguita”, me encanta escudriñar al otro del
cristal. Allí, en uno de esos escaparates en el que un gran cartel anunciaba
descuentos de hasta un cincuenta por ciento, exponían una chaqueta feísima, con
rayitas verticales blanca y azules, solapas estrechas, un solo botón y
excesivamente entallada, yo nunca me pondría. Por curiosidad, a un lado bajo
ella góticamente enmarcada, miré la lista de precios. Lo que costaba aquella
prenda, una vez aplicado el descuento, eran novecientos euros. Es evidente, que
allí no quieren a “mil euristas”. Aquí, en “Redondo” por ejemplo, te puedes
comprar por esa cantidad nueve trajes completos, con chalequillos incluidos.
De Lisboa a Estoríl, nos vimos obligados a trasladarnos en
taxi, pues no nos habíamos enterado que había huelga de trenes, y es que aquí,
de este lado de la Península son pocas las noticias que se publican sobre el
país vecino.
Nos tocaron todos los embotellamientos, tanto por la
autopista, que abandonamos cansados de no movernos, como por la Marginal, con
un accidente incluido, como sólo en estas carreteras se pueden ver: un
automóvil apoyaba sus dos ruedas del lado derecho a media altura del costado de
otro coche, ¿cómo pudo ocurrir tal situación?
Este, que es un trayecto que el tren de cercanías no tarda
más de veinte minutos en recorrer, por un euro y pico, nos llevó más de una
hora en taxi a treinta y cinco euros.
Le pregunté al conductor si en su sector se estaba notando
la “Crisis”, a lo que me contestó afirmativamente, más con algunas de las
muchas huelgas que están teniendo lugar por estas fechas, tal la de
controladores aéreos. Sin embargo, esta de los trenes le estaba viniendo muy
bien.
Ya dicen: “No hay mal que por bien no venga”.
Tomamos el sol, mejor: nos tomamos casi todo el sol en
Tamaríz. Comimos en un “italiano”, en el que pedí una pizza griega, según la
carta y que ciertamente me supo como si estuviese en Corfú, Mikonos o Rodas,
quizás por el feta, la berenjena…, resumiendo como la moussaka. Luego, como de
costumbre tras la comida, tomé una bica y el sobre de azúcar no sólo endulzó el
café, sino que lo hizo también con la cuenta. Son de esas cosas amables, que te
consuelan y te hacen tener de nuevo fe en tus congéneres y en Portugal te
encuentras muchas de estas cosas.
En el sobre una frase: Una noche hago bluetooth en tu
corazón. Hoy es la noche.
Charo dice que soy un romántico. Algo de ello he de tener.
Le agradezco la frase y su originalidad, al que creo que es su autor: Rogério
Nunes.
Le pregunté al camarero si habían sobres con otras freses y
amablemente me trajo varias, pero ninguna como la que me tocó en mi paquetillo
.
Al regreso, pasando delante del Palacio de Belem, que es la
residencia del Primer Ministro, llegaban Felipe y Leticia, los príncipes de
España. Me pregunté: ¿Vendrían a comprarse la horrible chaqueta de novecientos
euros? Ellos pueden. De lo que si estoy seguro, es que no verán la frase de
Nunes, pues no toman café en los bares ni consumen azúcar de sobre.
JUAN ANTONIO MÉNDEZ DEL SOTO
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